Pensamientos horas después de haber conocido por fin a mi otra mitad: Kara (Parte 1)

Estas líneas son mis pensamientos, horas después de haber conocido por fin a mi otra mitad.

Dicen que hay personas que tienen una doble personalidad: comentaristas atroces que después resultan ser maravillosas personas, cómicos divertidísimos que terminan siendo gente desagradable… Es algo que hemos aceptado socialmente: no todo el mundo se comporta igual en todas las situaciones. Pero, ¿qué ocurre cuando esas dos personalidades de uno mismo no tienen el mismo género?

Una estancia corta en Madrid, un par de días de correos furtivos desde la oficina y alea jacta est. Cuando quise pensarlo, ya iba de camino en un taxi hacia una dirección que me acababan de enviar.

Justo antes de llegar a la puerta estuve a punto de no llamar y dejarlo correr. Tenía un montón de dudas: ¿cómo se dice “¡Hola! encantado de conocerte” e inmediatamente empezar a hablar libremente y sin tapujos del mayor secreto de tu vida? ¿Cómo voy a hablar de ropa interior y ponerme unas medias delante de una persona que no conozco, si ya a duras penas lo hago en mi intimidad, a escondidas, casi a oscuras y de forma fugaz, porque como siempre me asaltan las dudas, los prejuicios y el sentimiento de culpa… ese constante sentimiento de culpa por algo que no he elegido y que no sé muy bien cómo manejar?

Llamo al telefonillo y, cuando subo, ya me están esperando como quien espera a una vieja amiga. Estaba súper nervioso (en masculino), no sabía cómo enfrentarme a la situación. En mi vida normal soy bastante reservado; rara vez hablo de sentimientos con alguien ajeno. Y en cuanto entro, me pongo a hablar como si me hubieran dado cuerda.


Creo que, como muchos otros, en el fondo no vas buscando solo una silla y maquillaje. En lo profundo buscas un lugar en el que te escuchen sin prejuicios, sin juzgarte, porque al fin y al cabo lo único que vas a hacer es descubrir a esa persona que también vive en ti. O por lo menos esa era mi intención: verla por primera vez, saludarla y descubrir cómo es físicamente y —para mi sorpresa— también cómo es psicológicamente. Y todo eso sucedería en cinco segundos.

Los primeros momentos son complicados. Que te hablen en femenino estando vestido completamente como un varón me coge por sorpresa; en esos primeros segundos no sé cómo gestionarlo. Cambiarme tranquilamente de ropa interior, pararme delante del picaporte y pensar “última oportunidad para dar marcha atrás”… salir de la habitación en unas zapatillas con tacones y casi en ropa interior se hace un pelín difícil, pero hay algo en el ambiente que me da tranquilidad (y que del cambiador a la silla haya tres metros por los que vuelas en tres zancadas, también).

Paula me tranquiliza: “Tranquila, todo va a ir bien”. (El femenino sigue descolocándome). Hablar un poco de tu vida, de cómo lo afrontas, de si alguien lo sabe y en qué grado de profundidad… son conversaciones que van saliendo solas mientras algo se está cociendo alrededor de tu cara. Pasan los minutos frente a esa hoja que les pido que pongan y que me tapa la imagen del espejo, mientras Paula revolotea por mi rostro. Pienso que mi pareja nunca le ha puesto tanto amor a su maquillaje como ella está poniendo en el mío. Con la pintura de uñas llega otro punto fuerte: hasta ahora es lo único que has visto de tu otra mitad. En mi caso, creo que solo una vez lo intenté, y menudo desastre fue aquello.

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