Amanda se reencuentra

Nunca olvidaré aquella tarde de sábado. Llevaba días nerviosa, con el corazón agitado y esa mezcla de ilusión y miedo que solo quien ha vivido esto puede entender. Por primera vez en mi vida había decidido pedir ayuda profesional para verme como la mujer que siempre he sentido dentro. Me citaba con unas chicas que transformaban, acompañaban y entendían.

Entré temblando, con la voz baja, con vergüenza incluso de mirarlas a los ojos. Pero me recibieron como si fuera su amiga de toda la vida. Me ofrecieron un té, me preguntaron cómo me sentía y, sobre todo, me escucharon. Me escucharon de verdad.

La sesión fue un viaje. Me maquillaron con cariño, midiendo cada trazo con la misma delicadeza con la que una madre peina a su hija antes de salir por primera vez. Me probaron pelucas, ropa, tacones… y al final, me colocaron frente a un espejo.

No me reconocí. Me reencontré.

Lloré. Sin pudor. No de tristeza, sino de alivio. Porque ahí estaba ella: yo. La mujer que durante años tuve encerrada, con miedo a que el mundo la rompiera. Era yo. Con los labios rojos, los ojos delineados y una sonrisa que me dolía de tan grande. Era libre.

Desde entonces, no todo ha sido fácil. Hay días de dudas, de inseguridad. Pero sé quién soy. Y sé que, por fin, tengo permiso para existir como esa versión de mí que tanto amor merece.

Mi consejo para quien esté leyendo esto: atrévete. Solo necesitas dar el primer paso. Lo demás llega solo… con amor, con comunidad y con verdad.

Amanda 

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