Mirna decide volver a salir del clóset

Uno de tantos días, Mirna decidió volver a salir del clóset. Asistió a un servicio de crossdressing en un departamento. La persona que ofrecía el servicio también era un crossdresser, y gracias a un contacto previo pudimos conversar sobre lo que ofrecía y las condiciones del encuentro. Tras coordinar los detalles, me presenté en su domicilio. Luego de las presentaciones, me invitó a entrar. 

Una vez dentro, acordamos que me llamaría por mi nombre femenino y que usaría exclusivamente pronombres femeninos al dirigirse a mí. Ese pequeño gesto me hizo sentir reconocida desde el principio. Mientras comenzaba el proceso de maquillaje, entre charla y charla, fui entrando en confianza. Mi anfitrión me comentó que más tarde recibiría visitas, y que quedaba a mi elección si prefería quedarme en la habitación para una sesión de fotos o salir a la sala, ya transformada en Mirna, para conocer a sus invitados. Me aseguró que sus amistades sabían del servicio que ofrecía y eran personas de mente abierta, así que nadie se sentiría incómodo. La idea me agradó y me entusiasmó de inmediato. Tras un leve estallido de nerviosismo, acepté. Sería muy interesante asumir mi identidad femenina frente a otras personas.

Una vez terminado el maquillaje, me llevó a su habitación. Allí estaban la ropa, los accesorios y un espejo de cuerpo entero. Entré aún con mi ropa masculina. Poco a poco, me despojé de ella y comencé a vestirme: el brassiere, las prótesis de senos, las pantimedias, y, por supuesto, los zapatos de tacón. Me había afeitado las piernas para la ocasión, y las panties con encajes se veían fantásticas. Después, la peluca, la falda, la blusa… y al fin pude contemplarme de cuerpo entero en el espejo. Mirna había salido nuevamente de su escondite. No podía dejar de mirarme. Me veía tan distinta, y me sentía tan bien. A mi lado, la figura de mi anfitrión contrastaba con mi imagen femenina, delicada y cuidadosamente vestida.

Cuando terminé de alistarme, me coloqué unos aretes y algunas joyas. Luego llegó el momento de salir a la sala a compartir con los invitados: dos chicos y dos chicas. En cuanto crucé la puerta, me convertí en el centro de atención. Sus miradas, entre sorpresa y curiosidad, se posaron sobre mí mientras me dirigía a tomar asiento. Las chicas, sobre todo, me observaban con atención, seguramente tratando de imaginar cómo sería yo en mi versión masculina.

Me presenté como Mirna, y una de ellas me indicó con una sonrisa que debía sentarme con las piernas cruzadas, como toda una dama. Iniciamos una conversación distendida y compartimos algunas cervezas. Les conté un poco sobre mí, sobre cómo vivo mi feminidad en secreto, oculta gran parte del tiempo. Pero esa noche no hubo secretos: mi lado femenino salió a interactuar con el mundo, y el mundo me recibió con los brazos abiertos.

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